28 de diciembre de 2012

El lecho:




Es nave donde el SER cierra sus ojos e irrumpe en la escena, como si fuese una viajero arrancado de los púrpuras de una vetusta caverna o como si fuese una figura que emerge de las profundidades de un mar de agitadas sombras.

(Caleidoscopio donde el SER repasa las visiones multicolores que dibujan sus horas).

Es allí donde el SER cierra sus ojos y se pone más oscuro que las venus emergiendo de las aguas turbulentas del Caribe, porque es allí donde secreta la melaza más oscura del amor, donde ensaya repetidamente la fiera dócil que es, la ablución de su cuerpo, su entrega a los brazos de esos ángeles breves que le devoran como si fuese la hostia, como si la noche de papel fuese eterna.

Espejo donde el SER pinta manchas rorschach sobre los rostros seductores de esos amantes fugaces con la hemorragia de su lipstick.

Es cuna donde el SER cierra sus ojos y mama la ambrosia de esos emisarios feroces que acarician su gloria, sus gargantas operáticas arrullándole bajo la mirada pirotécnica del cielo: ...a la nananita, que se acueste desnudo, a la nananita, que tendido en la cama inhale y exhale profundo, a la nananita que espere mientras concluye el mantra de la carne, mientras su vientre comienza a hincharse y descalzo le ofrenda a la luz la sonrisa más coagulada del dios, a la nananita.

A la nananita que secrete lunas, minotauros, escarchas, espadas e hilos en la boca de aquel recién parido que bebe su Isla, la miel de su corazón cada vez más fiera derramándose....

(Como si la nananita hubiese sido una sinfonía inscrita en las paredes más recónditas del SER y este hubiese tenido que huir de sí mismo para evitar escuchar el canto divino de aquellas criaturas hermosas). 

Es templo donde el SER se arrodilla bajo las llamas encarnadas de las rosas que se venden en cada esquina porque es allí donde se va quemando la furia encaracolada del desamor, donde la soledad es un cirio que ilumina ese paraíso en el carajo que queda al doblar la sabana del fin del mundo y los recuerdos son espinas que van lacerando su frente cada vez más pálida.

Océano donde el SER va flotando lentamente a la deriva hacia esa otra región poblada de salvajes que van marcando su cuerpo con sus punzones de estrías, fisuras y cicatrices, y que le devastan como si fuesen las olas del tiempo, como si fuesen criaturas que le acechan en los espejos para cubrirle el rostro con la máscara de la mortalidad, remadores que han de transportarle hacia otra isla remota donde será sacrificado en el altar de la divinidad más blanca de esos caníbales.

©Teresa López

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